Hace un año en medio del caos producido por las cosas que no había empacado y confusión con la hora, tomé un vuelo a Paris para hacer escala menos de una hora y después tomar un avión a Egipto.
Dejaba atrás un trabajo que muchos insistían no debí haber dejado, mis muebles; mi gato: un pequeño maullador rescatado… la punta de su cola era el recuerdo constante de los días difíciles que había vivido; mi camioneta; mi amigos; mis recuerdos.
Llegué a un Cairo más caótico que mi depa minutos antes de salir para tomar el avión. Llegué a un Egipto post-revolucionario, dónde todos sus habitantes estaban orgullosos de su Revolución, pero honestamente yo no veía ningún indicios de los grandes cambios positivos que una Revolución se supone trae consigo.
Llegué a un Egipto en dónde desde que te bajas del avión tienes que luchar contra todo y contra todos:
El típico egipcio que se siente más vivo que un par de chilangos y que piensa que se van a tragar el cuento del hotel incendiado.
El típico taxista que te quiere cobrar como si su taxi fuera un Roll Royce londinense ¬¬.
Mujeres con velo en la cabeza, hombres con túnicas… después un par de ocasiones usaría el velo.
En medio de un tránsito que no le envidia nada al de la Ciudad de México, pero con conductores que cada 10 segundos te provocan un mini-infarto llegué a un hotel escondido en una callesita atrás de la Plaza Tahrir, una plaza que 6 meses después de la Revolución seguía tomada por la policía y el ejercito.
Un hotel en el 5 piso de un edificio viejo con un elevador que a simple vista tenía por lo menos una década de no servir. Un edificio tomado en su entrada por vendedores informales y adentro por un sin fin de gatos de todos los colores y tamaños… después descubriría que así como muchos pueblos en México son la capital mundial de los perros callejeros, El Cairo es la capital mundial de los gatos.
Antes de llegar a Egipto alguien me había dicho «la próxima vez que hablemos me dices a qué huele El Cairo». Unas horas después, con la luz de día me daría cuenta de que El Cairo huele a su luz dorada.
Y caminé sus calles, y me timaron, y comí, y conocí la hospitalidad egipcia (positiva y negativa), y descubrí las similitudes y las deferencias entre ellos y nosotros; y viví sus protestas; y estuve presente el día que un egipcio escaló hasta al embajada israelí para bajar la bandera; y fui a las pirámides; y me subí a un camello; y dormí en el desierto; y conocí Alejandría; y me enamoré del Cairo y lo odié.
Tres semanas después de haber llegado a Egipto tomé un avión huyendo desde Alejandría hacía Amman, la capital de Jordania. Ese día no sabía que tres meses después regresaría al Cairo y en solo 4 días iba a descubrir todo lo que tres meses antes durante 3 semanas no había descubierto.
Ahlan wa sahlan fi Misr!