La calma de la tormenta

No recuerdo cuándo fue la última vez que escribí aquí, hace meses.

Hoy estoy en Venezuela, hace tres meses exactamente, cómo llegué aquí y por qué seguramente es algo que muchos quisieran leer, pero es un historia que todavía no tengo tiempo para contar.

Yo me imagino que ahora que saben que estoy viviendo en Venezuela, algunos o tal vez muchos de ustedes se morirán de ganas por saber qué es lo que pasa aquí, querrán leer si es verdad o mentira eso de la escasez, la delincuencia, si la sociedad está polarizada o no, si van a liberar a Leopoldo, si ahora son maduristas en vez de chavistas, si es verdad que por todos lados hay filas kilométricas o si es verdad eso de que el agua es más cara que la gasolina.

Siento defraudarlos, hoy no tengo ganas de escribir sobre eso, no porque no considere importante explicar desde mi realidad lo que pasa en este país, sino porque en mi vida pasan cosas más importantes para mi, cosas que me marcan más que todo eso.

Hace tres meses llegué a este país sin expectativas, pero esperándolo todo: lo bueno, lo malo e incluso menos “pior” y he vivido todo eso. Han sido tres meses en los que he aprendido e incluso desprendido, tres meses en los que he aprendido a hablar latinoamericano: hoy indistintamente igual digo “chévere” que “chido”; igual digo “vete” que “andate”; igual digo “frijoles” “frejoles” o “caraotas”.

En donde vivo, en mi casa, al mismo tiempo tequila, ron y mate (sí ya sé que el mate no es una bebida alcohólica, pero igual se toma), se han comido arepas con mole y pasta; en esta casa frecuentemente entre hablantes de español en medio de una conversación se ha escuchado “¿Qué quiere decir eso?”, “no entiendo esa palabra”, “en mi país eso significa otra cosa”.

Son tres meses en los que nos hemos entendido y desentendido, nos hemos vuelto familia temporal y para siempre, los nuevos somos acogidos por los que tienen más tiempo y los que tenemos más tiempo hemos ayudado a los nuevos.

En esta casa se ha llorado, se ha reído, se ha gritados, se han mentado madres, se ha cantado, se ha peleado y se ha soñado en muchas variantes latinoamericanas. Si hiciéramos un Big Brother romperíamos récords de audiencia, en realidad lo que pasa en esta casa, en vista de que no se convertirá en un reality show, por lo menos merecería un blog aparte, pero lo que se ha vivido en esta casa permite que nos pasen cosas maravillas como hoy.

Las últimas semanas han sido complicadas, duras, difíciles y a ratos incluso tristes para todos, hoy fue un día que resumió mi estancia en Caracas: amaneció despejado con un cielo tan azul que pensé que iba a ser el día que finalmente podría ir al Ávila (creo que ahora tiene otro nombre, no lo sé yo lo conozco así, así le digo y todos me entienden a qué me refiero) y mientras me levantaba, me bañaba, me vestía y llamaba para que me mandaran un chofer, el cielo se nubló, y llovió como hacía años no veía llover a medio día, habían relámpagos, truenos y las luces estaban encendidas; tuve que salir corriendo de mi habitación para cerrar la ventanas de la casa. Cuando salí era el Apocalipsis, el agua entraba por las ventanas como cascadas, todo estaba encharcado, las puertas se azotaban y escuché “pará boluda, cierra tu puerta” y veo subiendo al argentino en pijama y mojado (yo pensaba que estaba sola en la casa y que él en ese momento estaba tomando el sol en alguna playa caribeña venezolana).
-¿Qué haces aquí, por qué no estas en la playa?
-¿Qué playa? *léase con acento argentino*
-¿No estuviste días jódiendo a todos con que te dieran recomendaciones?
-No fui a ningún lado.

Entro a su recamara, el Apocalipsis había pasado por ahí: la cobija estaba en el suelo empapada y todo el suelo encharcado. Las persinas de mi recamara se rompieron con la corriente de aire que se hizo cuando abrí la puerta de mi recamara para bajar a cerrar las ventas de abajo.
-Ya no puedo más, encima me caí de culo y me pegué en la cabeza tratando de secar esto
-¿A qué hora llegaste?
-Y yo qué sé, no sé ni que hora es ahora.

La tormenta había pasado, le ayudé a secar su recamara y metí a la lavadora la cobija.
-Pedí que vinieran por mi, vámonos
-¿Así? Mirá como está allá afuera.
-Eso o te quedas aquí todo el día.
-Dale, voy contigo.
-El chofer llega en media hora.

No podía dejar de pensar que se había materializado lo que emocionalmente habíamos vivido todos en las últimas semanas: sí, somos periodistas; sí, estamos acostumbrados a estar fuera de nuestro país, lejos de los amigos, pero eso no quiere decir que no extrañemos a los amigos, a la pareja, a los hijos, al perro y al gato que nos queremos traer. Vivimos para nuestro trabajo, no conocemos a muchas personas aquí, en realidad solo nos tenemos a nosotros. Hubo algo de gritos y llanto. Catarsis. Y finalmente llegó el chofer, ninguno de los tres (incluyo al chofer) dijo una sola palabra en todo el recorrido, nos dejó en una estación de metro.

(Mensaje de texto)
“¿Están en la casa?”
“No, vamos a comer, vienes?
“No, todavía estoy trabajando. Los alcanzo al rato.
(Fin del mensaje)

-¿Tienes hambre?
-Sí.
-¿Te gusta la comida árabe? Acá en el área de Fast food hay un lugar de comida libanesa, está buena.
-Sí, vamos.

Comimos, mientras nos reíamos de nuestra realidad y sobre todo del estado en el que estábamos: despeinados, mal vestidos, con look de mendigos, el con sandalias de playa y yo con botas para hacer trekking, él con una playera de la selección argentina de futbol, yo con unos cargos que ahora apenas si me entran y una blusa que no le combinaba en lo más absoluto, él con mis lentes oscuros que tienen el marco rosa, yo cargando mi suéter amarillo. Él hablando argentino y mexicano y la gente viéndonos.
-Bueno y qué hacemos
-Me dijeron que hay un parque cerca, pero no sé cómo llegar.
-Tal vez es por ahí *señala una fuente*

El sol había salido de nuevo, ya no habían nubes, había rastros de la tormenta, porque las calles estaban encharcadas. Nosotros sabíamos que había sido una tormenta porque la vimos, la vivimos, pero si no, hubiésemos pensado que había sido una simple lluvia.

Caminamos. Era la primera vez que caminábamos Caracas sin saber a dónde queríamos ir, pasamos por un tumulto de jóvenes, pensamos que regalaban algo, en realidad están esperando a que les abrieran el parque para hacer skateboarding, seguimos caminando, porque eso no es lo nuestros, llegamos al museo del automovil, ahí entendimos porque en el centro comercial habíamos visto a tantos adolescentes disfrazados, había una especia de convención cosplay.

Entramos, un mundo de adolescentes siendo adolescentes, nos tomamos fotos y seguimos caminando, llegamos a una terminal de autobuses, descubrimos que desde ahí podíamos tomar el bus para ir a Puerto La Cruz, fue un gran descubrimiento porque desde Puerto la Cruz salen los ferries para la isla Margarita, no es que sea un viaje que podamos hacer o planear, pero por supuesto nos emocionó saber que desde ahí podíamos llegar. Seguimos caminando y por fin encontramos la puerta para entrar al Parque Miranda que en realidad no era al que íbamos en un principio, pero no nos importó mucho.

Caminamos por el parque, descubrimos un espacio con una nutria, no sabíamos que era un mini zoo, así que estábamos encantados.

(Mensaje de texto)
“Dónde están?”
“En un parque, se llama Miranda, vienes?”
“sí, espérenme”
(Fin del mensaje)

-Necesito una cerveza, voy a buscar.
-Dale, de todas formas la tenemos que esperar, viene en camino.
Consiguió cervezas que obvio no le dejaron tomar en el parque, llegó la otra roomate y empezamos a caminar por el parque.

Descubrimos unos monos, un jaguar, un barco, sí un barco de tamaño real. Nos sentamos en una banca.
-Que bueno que me trajiste acá
-No conocía el lugar
-Sí, pero sin ti no hubiéramos venido.
-No te podía dejar en la casa, te ibas a volver loco.

Los tres nos quedamos callados, nos levantamos de la banca y empezamos a caminar.
-Ya vieron?!
-Son guacamayas! Nunca había visto volar guacamayas en libertad!
-Y se están peleando! Mirá es una pelea marital. Le está reclamando que se va con sus amigos. Mirá, mirá ves como se metió a la palmera. Están discutiendo.
– Tengo tres meses acá y este ha sido el mejor día de mi vida.
-Es como una película de Disney, porque estos pájaros azules son los de (la película) Rio.
-Se llaman guacamayas.

Y seguimos caminando y nos tomamos fotos y por fin empezamos a vivir Caracas mientras descubríamos que hay tormentas pero que si caminamos la tormenta queda lejos.

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